Dada mi vinculación personal, familiar, y, por supuesto, profesional con este despacho, agradeciendo su petición, me dispongo a contar en este apartado anécdotas, unas graciosas y otras no tanto, de las que he vivido durante tantos años de profesión. Para comenzar he elegido una vivida y relacionada con la facultad de testar.

Estuve prestando servicios sesenta años (9 de ellos en Notaría de Sanlúcar de Barrameda y, el resto, en Notaría de Dos Hermanas). En la primera como Subalterno y después como Auxiliar, y en la segunda como Oficial 1º.
Recuerdo una anécdota en la Notaría de Sanlúcar de Barrameda:
Domingo de invierno, lluvia torrencial y una llamada del Notario en la que me indicaba que llevaba todo el día recibiendo llamadas telefónicas en su casa, desde el pueblo de Trebujena (pueblo éste asignado a la Notaría indicada) en la que se le requería con máxima urgencia para autorizar un Testamento de un señor que estaba muy grave y su familia esperaba lo peor en poquísimo tiempo.
Ni que decir tiene que de inmediato fui a la Notaría, recogiendo la máquina de escribir portátil (que para estos casos teníamos destinada), papel timbrado, lápiz, bolígrafo etc.
No había terminado aún de introducir todo el material en la cartera cuando ya me avisaba el Notario que estaba en la puerta de la Notaría para recogerme en su coche con el motor en marcha.

Salimos hacía Trebujena por aquella carretera que, más que una carretera, parecía un camino agrícola, sin que la lluvia cesase y a toda la velocidad que aquel coche daba ya que el Notario, fiel cumplidor de su profesión, no quería imaginarse el llegar demasiado tarde al otorgamiento del Testamento, dada la gravedad del otorgante que, según le habían comunicado los familiares, era máxima.

Llegamos al domicilio y precipitadamente pasamos al dormitorio donde se encontraba el enfermo y, ¡SORPRESA!: nos encontramos con un señor de unos 80 años, metido en la cama, recostado sobre varias almohadas y COMIENDOSE UN BOCADILLO de gran tamaño y, por el olor que desprendía, relleno de buen chorizo.

Tras el pertinente saludo y a preguntas del Notario, este señor respondió que él no tenía ni idea de que sus hijos le habían requerido para dicho Testamento.
No quiero indicar aquí las palabras que dirigió el Notario a los familiares del enfermo, después de todo lo que habíamos pasado hasta llegar al domicilio.
Recuerdo que varios meses después de “aquella excursión a Trebujena” el señor del bocadillo había fallecido.

 

Autor: D. José María Rey Fernández

Anecdotario de la práctica notarial.