Con el paso de los años, esa idea de que otorgar testamento era sinónimo de que “LA MUERTE DEL TESTADOR ESTABA PRÓXIMA” ha desaparecido o, por lo menos, disminuido en un gran porcentaje.
Al hilo de lo consignado y continuando con mis anécdotas vividas durante mis años profesionales, esta que paso a narrar tuvo lugar, así como la anterior, mientras prestaba servicios en la Notaría de Sanlúcar de Barrameda:
Una llamada telefónica a la Notaría para solicitar la urgente asistencia del Notario a determinado domicilio para autorizar Testamento de una persona que se encontraba muy enferma.
Informado el Notario de dicha solicitud, me pidió que lo acompañase. Hice acopio del correspondiente papel timbrado, bloc de notas, máquina de escribir etc. y ambos nos trasladamos al domicilio indicado.
Se trataba de un cuarto piso sin ascensor y al llegar al domicilio, en el salón, se encontraban los familiares de la señora que quería testar.
Uno de sus hijos nos indicó el dormitorio donde se encontraba acostada la madre.
Pasamos, y el Notario se presenta a la señora como tal y el motivo de su visita, y tras informarle detalladamente de las distintas opciones que tenía para disponer de sus bienes por testamento, manifiesta que quiere nombrar como sus herederos a partes iguales a sus hijos.
Yo tomo las debidas notas y me dispongo a mecanografiar el testamento y, mientras tanto sale el Notario del dormitorio y en el descansillo de la escalera enciende un cigarrillo, indicando a uno de los hijos de la señora que bajase a la calle en busca de tres personas que fuesen mayores de edad, que supiesen firmar y que no guardaran parentesco alguno con la testadora para que fuesen testigos del otorgamiento testamentario (en la actualidad no se requiere testigo alguno, salvo en determinados casos, pero a la sazón eran necesarios).
Concluyo la redacción del testamento y digo a la señora que voy a avisar al Notario para la firma, pidiéndome por favor que le ayudase a incorporarse en la cama para que así le fuese más fácil la firma.
Paso mi brazo derecho por debajo de la almohada y al intentar levantar a la señora siento un ronquido profundo y no hallo contestación a mis reiteradas preguntas de cómo se encontraba.
Aunque era la primera vez que vivía una situación así, pronto me di cuenta de que la señora había expirado.
Simultáneamente pasaba al dormitorio el Notario quien, al oírme decir que la señora había fallecido, tomó “las de Villadiego” y me dejó solo para recoger los bártulos y comunicar a los familiares la triste noticia.
Ni que decir tiene que aquella escena la tengo grabada y cada vez que teníamos que acudir a algún domicilio para la firma de testamento me acordaba de ella y preguntaba una y otra vez a la persona que requería al Notario para que autorizase testamento en el domicilio del otorgante por el estado de salud en que se encontraba el testador o testadora.

 

Autor: D. José María Rey Fernández

Anecdotario de la práctica notarial.